Pablo Ferrández: «El premio compensa el trabajo y el esfuerzo de los últimos años»
junio 15, 2018
El violonchelista es el ganador del Premio Fundación Princesa de Girona Artes y Letras 2018, junto con Soleá Morente.

Con solo tres años, Pablo Ferrández Castro (Madrid, 1991) empezó a tocar el violonchelo con sus padres, también músicos. Lo que entonces era una afición se convirtió muy pronto en su profesión, una profesión que ahora, veinte años después de esos inicios, lo lleva a viajar por todo el mundo y a ofrecer unos setenta conciertos al año en países como los Estados Unidos, Bélgica o Australia. Una trayectoria admirable y meteórica que le ha hecho merecedor del Premio Fundación Princesa de Girona Artes y Letras 2018, ex aequo con la cantante Soleá Morente. «Me ha hecho muchísima ilusión; es un orgullo, porque te sientes valorado en tu país y compensa el trabajo y el esfuerzo de los últimos años», reconoce el premiado.

El jurado eligió al joven madrileño por su «brillante trayectoria artística» y su «extraordinaria capacidad de crear universos sonoros». Ferrández, que recibió la noticia cuando estaba en Finlandia trabajando, admite que no se lo esperaba: «Conocía los premios por su prestigio y porque hace tiempo distinguieron a una amiga. Este año era el primero en que me presentaba, y fue una gran sorpresa». Y cree que galardones como los de la Fundación Princesa de Girona «ayudan a destacar y a darse a conocer en todo el mundo».

El premio se hizo público en febrero de este año durante un acto presidido por S. M. la Reina que se celebró en el Centro Cultural Alcazaba de Mérida. El jurado, que tuvo a la periodista Montserrat Domínguez como presidenta, estaba integrado por el escritor, periodista y cineasta Luis Alegre, el empresario y productor teatral Jesús Cimarro, el director artístico del Palacio de la Música Catalana Víctor Garcia de Gomar, el arquitecto Rafael Moneo, la cineasta Gracia Querejeta, el director de la Joven Orquesta de Extremadura y Premio FPdGi Artes y Letras 2016 Andrés Salado y la actriz Maribel Verdú.

El violonchelo, su amigo inseparable
«Toco el violonchelo desde que tengo memoria», confiesa el premiado, que aprendió a tocarlo gracias al método Mago Diapasón, inventado por su madre. Y le gustó tanto que a los trece años ya dejó el colegio para entrar en la prestigiosa Escuela Superior de Música Reina Sofía, donde, durante cuatro años consecutivos, recibió la calificación de alumno «más excelente», lo que le permitió beneficiarse de una beca. «Tuve mucha suerte de poder entrar en la escuela Reina Sofía, ¡es una de las mejores del mundo!», apunta el premiado, que a los diecinueve años continuó sus estudios en Alemania, en la Academia Kronberg, donde tuvo a Frans Helmerson como profesor.

Durante su etapa de estudiante, practicaba entre seis y ocho horas al día: «Desde niño tengo el hábito de estudiar y tocar; es una parte intrínseca de mí». Una costumbre que ha mantenido hasta ahora, ya que practica unas cinco horas diarias siempre que los viajes se lo permitan. Y es que Ferrández, que vive en Berlín, ofrece actualmente unos 70 conciertos al año por todo el mundo, pisando los escenarios más prestigiosos de Ámsterdam, Tokio, París o Buenos Aires.

Hace cuatro años, además, recibió un tesoro inesperado: un violonchelo Stradivarius «Lord Aylesford» de 1696. «Toqué para un gran director y para la viuda de Pau Casals. Y al cabo de unas semanas me llamaron para decirme que tenía un Stradivarius de 1696 esperándome», recuerda, todavía incrédulo. «Es una gran joya, porque Stradivarius solo hizo 66 violonchelos y quedan unos 40 en todo el mundo», explica el madrileño, que asegura que «es increíble» tocar un instrumento «de este nivel».

En su brillante currículum también destacan dos álbumes: un primer trabajo con los conciertos para violonchelo y orquesta de Dvořák y Schumann, que interpretó con la Orquesta Filarmónica de Stuttgart bajo la dirección de Radoslaw Szulc, y un segundo disco con los conciertos de Rossini y Menotti, grabado junto a la Kremerata Baltica bajo la batuta de Heinrich Schiff.

Uno de sus próximos retos es adentrarse en el mundo del blues. «Últimamente estoy obsesionado con B. B. King y aprendiendo más sobre el blues; quiero asimilar su lenguaje para acabar los conciertos, por ejemplo, tocando algunas piezas de blues», revela el violonchelista, que recomienda a todos aquellos que empiecen en el mundo de la música «que tengan paciencia y trabajen mucho. Porque con esfuerzo y paciencia, todo acaba pasando».